lunes, 2 de noviembre de 2009

Tan cerca y tan lejos (los viajes cercanos y lejanos de este economista su seguro servidor). Capítulo I.

El día 16 de septiembre viajé a Madison en el gran estado de Wisconsin para celebrar el centenario del Departamento de Economía Agraria y Aplicada de la Universidad de Wisconsin-Madison. Era un viaje muy deseado por muchas razones. Entre ellas, visitar a los amigos que viven en la ciudad o volver a compartir algún tiempo con un grupo de compañeros de Doctorado con los que sufrí y disfruté a partes iguales hace ya unos lustros. Finalmente, estaba la idea de disfrutar de una ciudad fantástica unas semanas antes de que el mal tiempo impida hacerlo con plenitud.

El viaje fue largo pero placentero y el tema de inmigración no me llevó más de dos minutos. Este es el tiempo que lleva en Chicago (Nueva York es peor) si no tienes la mala suerte de estar en la cola detrás de un traficante de cecina o de una persona empeñada en presumir de los logros educativos españoles (asignatura inglés) ante el permanentemente cabreado agente de inmigración.

A las tres de la tarde estaba fuera de la terminal internacional del Aeropuerto de O’Hare en Chicago esperando por el autobús que va a Madison. El tiempo era bueno y la gente es muy amable. Estuve hablando con algunas personas que esperaban distintos autobuses y enseguida me di cuenta de que algo había cambiado. Pasó bastante tiempo hasta que me di cuenta de que la sensación extraña se debía al relativo silencio y a una fluidez de tráfico que no recordaba. La sensación de que algo no iba bien se fue acrecentando en la autopista a Madison. Los aparcamientos de los centros comerciales estaban casi vacios y los parques empresariales de oficinas estaban llenos de carteles de “se alquila”. Cuando vi a lo lejos la planta de Chrysler caí en la cuenta definitivamente. Las chimeneas no echaban humo y sólo había unos pocos coches en el aparcamiento. La planta había cerrado y probablemente no volverá a abrir.

En la gasolinera del Sur de Beloit donde el autobús tiene una parada establecida, una mujer echaba gasolina a un Smart. ¡Un Smart en el país de los Cadillacs y los Hummer! Miré a mi alrededor y estuve calculando mentalmente el tamaño medio de los coches nuevos y decidí que podía ser ya menor que en España. De hecho, el coche nuevo más frecuente en la carretera parecía ser el Toyota Prius.

Podría pasarme un par de páginas más comentando mis impresiones personales sobre una recesión con unas características que yo nunca había visto. Todo esto a pesar de haber llegado por primera vez a Estados Unidos el 20 de Agosto de 1991 en medio de la recesión que siguió a la primera guerra del golfo y que se llevó por delante a George Bush Padre. Esta recesión dejó sin empleo o redujo las expectativas laborales de un grupo de brillantes profesionales que decidieron volver estudiar formando el núcleo duro de mi promoción de Doctorado. Con ellos me encontré el 21 de agosto del mismo año en uno de los golpes de suerte más sonados de mi vida. Encontrarme con alguno de ellos de nuevo era una de los objetivos del viaje.

En vez de regodearme en las dificultades del país voy a hablar de las cosas buenas que no han desaparecido y que quizás esta fuerte recesión termine impulsando.

Desde la parada del autobús llamé por teléfono a uno de mis mentores académicos para pedir cita para consultar unas dudas académicas y para tratar de fijar fechas en una intensa agenda lúdica. Al día siguiente, al cruzar la puerta de su despacho me puso en la mano una copia de “In defense of food” de Michael Pollan. El libro ha sido traducido al castellano con el extraño título de “El detective en el supermercado”.

En la agenda lúdica hicimos varias marcas, una de las cuales fue para asistir juntos a la conferencia de Michael Pollan el día 24 en el Kohls Center tras haber leído el libro (somos unos frikis). Para que la historia se entienda hay que decir que se trata del estadio de Hockey. El día fijado Tom y yo llegamos al recinto deportivo una hora antes de la conferencia y 8.000 personas estaban allí con nosotros tras haber leído el libro y dispuestos a escuchar la conferencia. La historia es bastante impresionante ya que en León sería difícil juntar dos docenas de personas que acudieran a escuchar una conferencia de un divulgador científico y dudo de que alguien se hubiese leído el libro con antelación. En resumen, una ciudad poco más grande que León tiene un programa de lectura colectiva de libros en que participan 8.000 personas.

 




















La historia no termina sino que empieza aquí. En la semana que transcurrió entre mi primera entrevista con Tom y la conferencia, cada mañana caminaba casi una hora hasta el club universitario (Memorial Union), me compraba un café y me iba a leer a la fantástica terraza junto al lago. Leí ese libro pero también "Mostly Harmless Econometrics" y los artículos con que distintas personas despachaban mis preguntas.


Si alguien sigue conmigo a estas alturas debería estar preguntándose de qué va el libro. Trataré de contestar a esta pregunta en mi siguiente entrada.


De momento, dejo el video de la conferencia

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