viernes, 7 de mayo de 2010

El libro de Epi: León sin prisa.











Hace unos días tuve el placer de intervenir en el acto de presentación del libro León sin Prisa de mi amigo, estudiante y maestro Epi. La primera sorpresa llegó unas semanas antes cuando observé los títulos que me otorgaba la tarjeta de presentación del evento en El Corte Inglés: profesor de Teoría Económica y escritor.


El caso es que no me gustan los títulos en general y, en particular, no creo que estos sirvan para definir mis capacidades o intereses. Por un lado, cualquiera que lea este blog será consciente de mis limitaciones como escritor. Me gusta mucho intercambiar ideas y escribir es una manera eficiente de hacerlo pero ahí se queda la cosa. Tampoco me gusta el título de Profesor. Es un título académico que implica que me pagan por hacer cosas por las que yo debería pagar. Entre ellas, poder pensar libremente sobre temas económicos y tener el privilegio de trabajar a diario con personas jóvenes, inteligentes y trabajadoras. Sin embargo, prefiero pensar en mí como instructor de Teoría Económica. De Teoría Económica porque yo creo que no hay nada más práctico que una buena teoría. Instructor porque es el adjetivo con el que se designa al encargado de un curso en el catálogo de algunas grandes universidades. Tú tienes el título y el salario que hayan tenido a bien otorgarte pero cuando llega la hora de la verdad eres lo que eres: un instructor. Otra palabra que usan mucho los americanos y que a mí me entusiasma es entrenamiento (training). Indica que la enseñanza va más allá de leer (lecture) o memorizar unos contenidos y consiste en hacer determinadas actividades que mejoren tus habilidades. Yo creo firmemente que todo se puede entrenar y Epi, el protagonista de esta entrada, afirma que: “no hay nada que dé más suerte que entrenar mucho”.



Antes dije que Epi había sido mi estudiante porque que tuve la suerte de dirigir su trabajo de doctorado en el que usábamos modelos básicos de teoría económica y análisis empírico para entender un poco mejor el crecimiento de la ciudad de León asociado al declive de la provincia. En ese ámbito, a mí me tocaba ayudar a elegir cauces conocidos por lo que sus ideas pudiesen fluir con seguridad. Dije también que él ha sido mi maestro porque su curiosidad, energía y su intensa vida han sido una fuente de aprendizaje para mí. Por tanto, considero un privilegio el haber escuchado sus opiniones sobre múltiples cuestiones adornadas de vivencias en distintos lugares: el pueblo en la montaña, la escuela de maestros (normal), la ciudad de León, Bilbao, la facultad de Económicas de Sarriko, Londres, la universidad en Londres, etc.

Pues en esas estábamos. Me tocaba subir al estrado en una presentación de un libro en calidad de escritor y acompañando a dos escritores de verdad: Juanmi Alonso y Juan Carlos Pajares. Intenté rechazar educadamente la invitación pero Epi me dijo que le gustaría que estuviese como contrapunto y como representante de la parte de su vida ligada a la investigación universitaria y a la enseñanza de la Economía. Acepté y tardé poco en darme cuenta de que podía hacerlo si evitaba actuar como el escritor que no soy e intentaba dar la opinión honesta del lector que sí soy. Adicionalmente, tras muchos años de entrenamiento no puedo dejar de ver todo el proceso en términos económicos y pronto se me ocurrió un comentario en tal sentido.

La opinión del lector que soy sobre el libro es muy positiva ya que ha heredado lo mejor de su autor: la curiosidad, la energía, la laboriosidad, la cultura, la profesionalidad, el rigor o la capacidad de análisis. Es importante darse cuenta de que el autor podría tener esas cualidades y, sin embargo, ser incapaz de trasmitirlas a una cuartilla en blanco. Para la mayor parte de los mortales suele ser un ejercicio de humildad tratar de escribir la más simple de las ideas o sentimientos. A partir de ahí, se puede empezar a entender lo que significa escribir unos cientos de páginas describiendo lugares, gentes, historias y sentimientos en un viaje alrededor de la mitad de la provincia de León. En ese sentido, Epi ha hecho un gran trabajo escribiendo un volumen amplio, lleno de contenido pero que es ameno, que fluye y que deja al lector con ganas de retomar la lectura. Un detalle que agradezco mucho es que nunca se ha sentido en la necesidad de demostrar que es un gran escritor. No ha caído en la tentación de escribir una página recargada en la que se deja de lado el tema principal del libro para recrearse en una suerte de demostración de dominio del lenguaje. Creo que con demasiada frecuencia grandes autores sucumben a esta tentación.

El libro puede ser utilizado a día de hoy para viajar mentalmente junto a Epi desde el sofá o para viajar realmente, equipado con una más que completa guía de viaje. Por otra parte, la calidad del material y la buena escritura hace que no se pueda descartar que un día su libro pueda considerarse como una buena referencia para conocer la provincia en el inicio de siglo.

Finalizo esta entrada con el comentario económico que se me ocurrió en cuanto tuve el libro en mis manos. Los libros son objetos fundamentales en el proceso de crecimiento económico y en el bienestar asociado a él del que disfrutamos. El núcleo central de la Economía no es el dinero, ni el empleo, ni el consumo aunque todos ellos son temas de gran importancia. El elemento unificador de todos estos y muchos más temas es la escasez. Una cosa curiosa es que es difícil convencer a los estudiantes y al público en general de este aspecto ya que en notorias ocasiones parece que más que a un tema de escasez nos enfrentamos a un problema de reparto desigual. Por eso es importante recurrir a un objeto en el que la escasez es notoria y distribuida con bastante equidad: el tiempo. Los días tienen veinticuatro horas para todo el mundo y los más afortunados tienen unas pocas décadas para disfrutar de los días. Si Epi hubiese dedicado un montón de horas a departir con un reducido grupo de amigos podría haberles transmitido parte de las ideas que hay en el libro. Pero si quisiera hacer lo mismo con un segundo grupo de amigos tendría que volver a emplear un montón de horas. Sus horas son escasas y tienen que ser dedicadas a un buen número de actividades. Sin embargo, al escribir un libro las horas que usó para escribirlo sirven para un lector o para un millón. Es decir, el libro multiplica automáticamente el número de horas que Epi dedicó a escribir el libro por el número de lectores. De este modo, uno puede ir a la biblioteca pública, pedir prestado un libro de, por ejemplo, Newton y compartir con él unas horas. A pesar de que su tiempo en este mundo fue escaso y se agotó hace varios siglos. La transmisión de ideas, sobre todo si es por métodos tan eficientes como la escritura, multiplica casi indefinidamente algo muy escaso como es el tiempo de las personas con talento. Esta circunstancia es lo más cerca que los procesos productivos han llegado a la bíblica “multiplicación de los panes y los peces” y es una parte fundamental de nuestro progreso y bienestar creciente al eliminar la escasez de algo tan importante como son las ideas.