lunes, 5 de octubre de 2009

A favor de los sueldos altos

Estos días se ha criticado bastante la prejubilación y la pensión del cesante Consejero Delegado del BBVA. El sueldo de los próximos años será de unos tres millones de euros.

Lo primero que me extraña es que surja esta polémica por un sueldo de tres millones de euros cuando en el verano apenas se comentó el sueldo de Cristiano Ronaldo (13 millones) y más recientemente el de Fernando Alonso en Ferrari (25 millones) pasó totalmente desapercibido.


Yo no veo diferencias entre estos sueldos. En los tres casos, una organización ha considerado que sus ingresos aumentarían al contratar a estas personas en una cantidad mayor al sueldo de éstas.


La crítica se plantea en ocasiones en un tono pretendidamente social: “Este sueldo es exactamente tropocientas veces lo que cobra el personal de limpieza sustituto”. Este argumento dirige la mirada de la gente hacía el lado equivocado. El mercado remunera ciertas cualificaciones de manera extraordinaria y remunera otras con sueldos que permiten pocas alegrías. La escasez de estas cualificaciones es la clave de su precio. Algunas son innatas pero otras son adquiridas. Incluso si son innatas deben ser ejecutadas y desarrolladas. Por tanto, es importante que circule el siguiente mensaje: “Si tienes la cualidad innata y estás dispuesto a desarrollarla aquí hay tres millones de euros esperándote”.


Hay otro mensaje más peligroso escondido tras las medidas sociales asociadas a la crisis económica: “Si no haces nada, si ni siquiera sabes cuáles son tus cualidades, si no piensas desarrollarlas siempre estaremos ahí para darte un subsidio de supervivencia por el que debes estarnos eternamente agradecido”. 

La política social todavía tiene otra sutileza de la que rara vez se habla. Una política social efectiva depende de poder cobrar impuestos a los que más ganan para poder ayudar a los que tienen dificultades. Es decir, depende de que haya gente capaz de producir y de ser remunerada por ello. Por tanto, la política social no puede funcionar sin que los ciudadanos estén atentos a las señales de escasez de cualificaciones para obtener una alta remuneración, poder mantenerse a ellos mismos y ayudar a cubrir las necesidades de otros. 

El nuevo Consejero Delegado del BBVA es un alumno de la Universidad de Oviedo que estaba acabando la carrera cuando yo la comenzaba. No llegúe a conocerle pero está claro que no se encuentra muy lejos de mi círculo de conocidos. Estoy convencido de que muchos de mis alumnos tienen cualidades parecidas, que podrían atesorar cualificaciones similares y que podrían ganar mucho dinero. Sin embargo, hay algún tipo de tabú sobre mi forma de pensar.



Finalmente, no hay nada intrínsecamente malo en ganar tres millones de euros. Por ejemplo podrías dar dos millones de euros para caridad y tratar de sobrevivir con el millón que te queda. Parece que a algunos medios de comunicación y políticos les molesta profundamente que una persona pueda tomar esa decisión sin consultar con ellos. 

Por tanto, yo estoy a favor de los sueltos altos. El que esté a favor de los sueldos bajos debería explicar su posición a quienes los sufren. 

Ineficiencia por todos lados: los cotos de pesca

Un amigo me cuenta los detalles básicos de una jornada de pesca. Lo primero que necesitas es el derecho a pescar en un trozo de río. Ese derecho cuesta unos seis euros diarios y se comparte con un determinado número de pescadores.


El problema económico empieza con una declaración maximalista del gobierno diciendo que los ríos son de todos. Una vez que los ríos son de todos podríamos pensar que todos podemos pescar en ellos. Sin embargo, esa manera de hacer las cosas acabaría seguramente con los peces y, con alguna probabilidad, con los pescadores a tiros entre ellos. Por tanto, se raciona la posibilidad de pescar con un permiso limitado a un determinado trozo de río por el que se cobran los antes mencionados seis euros.




En este momento ya han saltado las alarmas para el economista avezado. Parece que hay un recurso escaso (los peces y el espacio para pescar) que es necesario racionar. En principio, podríamos pensar que se proporciona a aquellas personas dispuestas a pagar seis euros o más (sólo pagan seis) y se les niega a aquellos que no están dispuestos a pagar seis euros. Visto de otro modo, los que están dispuestos a pagar seis o más euros disfrutan del río y la pesca y los demás disfrutan de los seis euros. Como es costumbre esos seis euros irán dedicados en primer lugar a proteger el medioambiente de los ataques capitalistas y lo que sobre para ayudar a los pobres (o viceversa).




Pero no es cierto. Hay más gente dispuesta a pescar por seis euros que cotos (zonas de pesca) disponibles. Por tanto, los seis euros no sirven de instrumento de racionamiento y tienen que recurrir, como no, a un sorteo. Los sorteos están por todas partes en este país. Pueden servir para celebrar la navidad, para conseguir una vivienda subvencionada, una plaza en la enseñanza obligatoria o musical, para una plaza de funcionario, etc.




En este momento ya ha saltado la primera ineficiencia. Es decir, la primera posibilidad de hacer más con lo mismo. Se podría subir el precio del coto hasta que el número de personas dispuestas a pescar coincidiese con el número de cotos disponibles. Esa sería una medida de cariz inminentemente social. Se cobraría un poco más a los ricos pescadores para mejorar el medio ambiente fluvial y lo que sobre se podría usar para ayudar a los pobres. Sin embargo, todos los gobiernos que ha habido y que habrá apostarán por los pescadores en vez de por la financiación medioambiental y las ayudas sociales. La razón es que los pescadores son pocos y con un interés claro mientras que los contribuyentes son muchos y con un interés difuso. Al fin y al cabo siempre se les puede cobrar esa misma cantidad al común de los mortales a través del IVA sin que apenas se enteren.




La afirmación de que los pescadores son más ricos por término medio que el resto de los contribuyentes se basa en una serie de indicios. En primer lugar, tienen tiempo libre para acudir a pescar, un vehículo adecuado, dinero para viajar, para comer y hasta pernoctar fuera de casa y, sobre todo, para un costoso equipamiento. Todos estos indicios les ponen por encima de las personas que necesitan ayuda y parecen candidatos a financiar los programas medioambientales y sociales del gobierno.




Existe todavía una segunda ineficiencia. Es decir, una segunda posibilidad de hacer más con lo mismo.
Imagínate esta situación. El sorteo te ha dado un magnífico coto mientras a un vecino que se acaba de prejubilar del BBVA le ha tocado un coto peor. Lo comentáis y el vecino te ofrece 100 euros por tu coto mientras tú te quedas con el suyo. Yo no veo nada malo en este intercambio. El problema es que esos cien euros no deberían haber acabado en tu bolsillo por un sorteo sino en las arcas del gobierno. ¿Qué sistema podría haber conducido a ese resultado? Una subasta de los cotos. Cada persona pujaría por el coto hasta que dejase clara cuál es su preferido y cuál es su voluntad de pago por él. Los pescadores mejorarían su bienestar porque tienen la posibilidad de elegir y el gobierno se embolsaría una cantidad mayor de dinero para sus fines.