martes, 2 de agosto de 2011

¿Es sólo papel?

La noticia del día es que el país está a punto de ser intervenido porque la diferencia del tipo de interés de la deuda española con respecto a la alemana ha sobrepasado en algún momento de la mañana los 400 puntos básicos. 

He de reconocer que hasta hace bien poco no había prestado atención al concepto de punto básico. Cuando lo escuché supuse que era una manera sofisticada de referirse a los tipos de interés con dos decimales. Por ejemplo, si voy al banco y me considera un mal cliente me cobra un 1% más que a un buen cliente. A eso se le denomina un diferencial de 100 puntos básicos. La diferencia entre un suplemento de 99 puntos básicos (0.99%) o 101 (1,01%) no es muy importante si el préstamo es de 10.000 euros. Estamos hablando de una diferencia de un euro al año. Pero si el préstamo es de 10.000 millones de euros estamos hablando de un millón de euros cada año. Por tanto, para cantidades grandes merece la pena hablar de puntos básicos en vez de tantos por ciento. Ahí se acaba el misterio. 

En estos tiempos el diferencial de intereses oscila a lo largo de la semana desde algo más de doscientos puntos hasta cuatrocientos. La pregunta esencial es: ¿Tanto cambia nuestra capacidad de pagar en dos días? Yo creo que la respuesta es negativa. Sin embargo, dejo a los expertos en finanzas que expliquen por qué cambia en unos minutos la capacidad de pago a diez años vista de la décima economía mundial.

A mí me recuerda una anécdota muy educativa. Hacia 1987 yo ya intentaba, en vano, entender la prensa económica. Mi capacidad de comprensión sigue siendo muy limitada a día de hoy. La diferencia es que ahora estoy seguro de que el problema se debe, además de a mi ignorancia, al bárbaro uso del idioma, la superficialidad y la ampulosidad. Por tanto, no me extraña que recuerde una noticia que creí entender. Unos periodistas ingleses habían visitado al, por entonces, hombre más rico del mundo. La decepción había sido mayúscula porque se encontraron a un hombre con boina que conducía una camioneta llena de perros. Es decir, que su sofisticación era menor de la esperada para alguien cuya fortuna había superado recientemente a la de la reina de Inglaterra.

Unos años más tarde tuve la fortuna de ser testigo del imparable ascenso de Walmart, la empresa de aquel hombre rico. Picado por la curiosidad seguí un poco la trayectoria de Sam Walton en los medios de comunicación. Por último, adquirí una biografía autorizada y una no autorizada. En la autorizada cuenta su versión del encuentro con los periodistas ingleses. En primer lugar, volvía de cazar con sus perros y no le parecía oportuno transportarlos en una limusina. En segundo lugar, cuando le comunicaron que era más rico que la reina de Inglaterra él les preguntó cómo habían llegado a esa conclusión. Le dijeron que habían multiplicado el número de acciones de Walmart en poder de su familia por su precio en la bolsa de Nueva York. Siendo consciente de que la bolsa estaba muy sobrevalorada, Sam les comentó que estaba muy satisfecho con su situación económica personal y con su trabajo en una empresa que daba servicios y trabajo a muchas personas pero que él no disponía de la fortuna que citaban. Añadió que: “eso es sólo papel”.

Pocos días después la bolsa de Nueva York sufrió una espantosa caída que estuvo a punto de destruir el sistema financiero e iniciar una grave recesión. Haciendo el mismo cálculo, Sam Walton no sólo había dejado de ser el hombre más rico del mundo sino que se podía decir que sus pérdidas eran millonarias o que se había arruinado. Los periodistas emprendieron viaje hacia Arkansas para conocer las impresiones del millonario arruinado. Allí encontraron a Sam en el mismo camino rural conduciendo la camioneta cargada de perros y tocado con la misma boina. Cuando le preguntaron por sus sensaciones tras haberse arruinado les contestó que se lo había dicho y no le habían hecho caso: sólo era papel. Aquella misma mañana había podido comprobar que Walmart seguía con sus operaciones normales dando servicios y empleo a mucha gente. De hecho, nada había cambiado.

En días como hoy yo me pregunto si Sam tenía razón y no le dedicamos demasiado tiempo a los “spreads” y demasiado poco a multitud de cuestiones que pueden y deben ser cambiadas. En aquella época, Samuelson y Solow comentaron que no dejaba de ser triste que sus mejores alumnos acabasen siempre preocupados por los “spreads” mientras hay multitud de temas interesantes que reciben menos atención: las pensiones, la sanidad, la administración pública, la investigación o el medio ambiente por citar sólo unos pocos.

miércoles, 29 de junio de 2011

Rudimentos de economía para mis alumnos indignados

2. No queremos ser mercancía

Esta era la frase que aparecía en una pancarta del campamento de indignados en León. La interpretación literal de esta frase es que los jóvenes acampados se negarían a ser vendidos a un equipo de fútbol europeo por varias decenas de millones de euros y a cobrar un salario anual de varios millones.

Yo dudo de la solidez de esta postura. En esas condiciones, yo no me negaría a ser tratado como mercancía y no conozco a nadie con tantos escrúpulos. De hecho, se puede pensar en un caso límite en el que Cristiano Ronaldo descubre que su verdadera vocación es ayudar a los enfermos de lepra en un país pobre. ¿Sería razonable que se acogiese a su derecho a no ser tratado como mercancía y se trasladase allí como misionero? No dudo de que pudiese ser un buen misionero pero probablemente no destacaría tanto como en la práctica deportiva. Por tanto, sería mejor para todos que donase su salario para pagar unos cientos de voluntarios con formación médica y el equipamiento necesario. (*)

Una pancarta más realista rezaría: "no queremos ser mercancía barata". La ventaja de esta frase es que está relacionada con un principio económico básico con gran capacidad explicativa: la escasez.

La mercancía barata es la mercancía abundante. Por tanto, la pregunta clave es: ¿Qué te convierte en mercancía abundante y barata?

No existe una respuesta corta ni completamente acertada. Pero se puede intentar algo rápido. Por ejemplo, las acciones y actitudes que te identifican con una masa informe de individuos te convierten en mercancía abundante. Algunos ejemplos serían: ver programas de televisión en los que participan personajes descerebrados, el ocio absurdo, no leer o no usar las posibilidades de exploración y aprendizaje de las nuevas tecnologías. Tengo evidencia anecdótica de la extensión de estas acciones y actitudes.

Por otro lado, ¿Qué te convierte en mercancía escasa y cara? Una respuesta tentativa iría en estas líneas: el inconformismo, la lectura, la exploración o la búsqueda continua de tus puntos positivos y negativos.

(*) En el momento álgido de la crisis asiática de finales de los noventa yo estaba impartiendo mi último curso de macroeconomía en Oviedo. Viajaba regularmente entre Oviedo y León y escuchaba la radio. Un día entrevistaron al cantante Manu Chao. Por aquella época, era un conocido activista contra la banca, los movimientos internacionales de capital y todo eso. La periodista le preguntó cómo llevaba el ser millonario. El cantante confesó que tenía dudas. Por ejemplo, en aquel momento los millones los tenía almacenados en sacos en su apartamento de París. De vuelta a Oviedo, consulté con mis alumnos la veracidad de la historia. Temía que una contestación tan surrealista fuese una broma de un imitador en un programa de humor. Mis alumnos me confirmaron que se trataba de un hecho conocido. Eso me dio la oportunidad de explorar con ellos algunas alternativas solidarias para los millones de Chao. Por ejemplo, ponerlos en una cuenta bancaria a plazo y usar los intereses para ayudar a los que lo estaban pasando mal en aquella crisis.   

lunes, 13 de junio de 2011

Rudimentos de economía para mis alumnos indignados

1. ¿Por qué manda el mercado?

Esta interesante pregunta aparecía en una pancarta de la acampada de León. Ésta es mi respuesta.

Un hombre joven y corpulento va por un pasillo angosto y se encuentra con una anciana diminuta que camina apoyada en un bastón. ¿Quién debe ceder el paso?
El hombre joven puede derribar a la anciana y caminar sobre ella. Otra posibilidad, es que haya sido educado con normas sobre el respeto a las personas mayores y a los más débiles. En ese caso, volverá sobre sus pasos y buscará una manera de ayudar a la mujer a completar su paseo (*).

Es fácil introducir el mercado entendido como mecanismo de intercambio en esta historia. Puede que la viejecita tenga mucho dinero y esté dispuesta a pagarle al joven por las molestias. Puede que el joven se dirija a hacer una tarea bien remunerada y esté dispuesto a pagar por tener el paso libre.

Si alguien está pensando que ésta es una historia tonta le diré que con pocos más mimbres Ronald Coase escribió el segundo de sus artículos más conocidos. A los genios les basta con dos artículos sin ecuaciones y con un único concepto para cambiar dos campos de análisis. Su visión sobre las implicaciones de quién tiene derecho y sobre las posibilidades de negociar es fundamental para entender problemas de medio ambiente. En concreto, para diseñar medidas efectivas tratando de amortiguar el coste económico que podría poner en peligro su implantación. 

Volviendo al ejemplo vemos que, aparentemente, puede "mandar" la fuerza del joven, la norma social o la capacidad económica y valoración del tiempo de uno u otro. Pero, en realidad, quien "manda" es el pasillo estrecho. Las soluciones a los problemas pueden ser mejores o peores pero no son el problema. Igual que los mensajeros pueden traer mejores o peores noticias pero la solución no pasa por matarles.

Usando un lenguaje un poco más técnico diría que "mandan" las escaseces. Las diferentes normas e instituciones gestionan la escasez. Algunas de estas normas son ajenas al mercado mientras otras están destinadas a solucionar los problemas con intercambios. En resumen, el mercado es una de las soluciones. No necesariamente la mejor ni la peor. Depende de los casos.

Volviendo de nuevo a la historia de la viejecita y el joven a mí la solución que más me desagrada es arrollar a la anciana. A otras personas les parece odiosa la idea de que la anciana le compre su tiempo al joven. Pero esa es otra historia que pertenece al segundo capítulo. De la anécdota, yo me quedaría con la idea de que si el joven se cansa de pagarle el peaje a la ancianita puede decidir ampliar el pasillo o buscar otra alternativa. En ese caso, la solución mercantil es la que manda la señal adecuada.   

(*) Me gustaría hacer un inciso sobre la pérdida de la norma de ceder el asiento. No hace muchos años se enseñaba en las escuelas la necesidad de ceder el asiento a las personas mayores, embarazadas o personas con algún problema. En mis viajes en el metro en Madrid y en las salas de espera observo que esta costumbre ha desaparecido. 

viernes, 10 de junio de 2011

El coste de la ficción y la ficción del coste cero

Los aficionados a la lectura deben tener clara la diferencia entre realidad y ficción. No en vano, una de las obras claves de la literatura española se regodea en las desdichas de Don Quijote ante sus dificultades para distinguir una de otra.

El hecho de que vivamos rodeados de fenómenos económicos genera una familiaridad que se puede confundir con comprensión o por lo menos con la sensación de que se pueden entender en dos tardes. En otros campos, parece más clara la distinción entre vivir marcado por una  circunstancia y entenderla. Por ejemplo, la diferencia entre sufrir una enfermedad y entender sus características.

El coste es un concepto de apariencia sencilla que se resiste al embate de mentes por otra parte brillantes. Por ejemplo, el alcalde saliente de la ciudad donde vivo insistió durante la campaña electoral en que su proyecto de tranvía era a coste cero. La afirmación sorprende ya que se baraja una cifra inicial mínima de 70 millones de euros y esas cifras suelen crecer antes de concluir el proyecto.

Considero que una persona ha adquirido unos rudimentos mínimos de economía cuando puede afirmar sin dudar: "si se usan recursos escasos hay coste". Por tanto, si el proyecto del tranvía usa suelo, maquinas, trabajadores, energía, etc. no puede tener coste cero.

La ficción de coste cero puede tener consecuencias muy negativas. Por una parte, el coste es la señal que frena proyectos descabellados. Si se niega la existencia de este coste estás más cerca de emprender un proyecto desatinado. Por otra parte, el coste siempre estará ahí. No desaparece por tu negativa y alguien lo pagará más tarde o más temprano.

Fenómenos similares al "coste cero" del tranvía se repiten con regularidad. A mí se me ocurren dos preguntas:

1. ¿Cómo puede el anterior acalde, alto directivo de banca, pensar que un proyecto que usa ingentes recursos tiene coste cero?

2. ¿Cómo pueden llegar a semejante conclusión los ciudadanos que le votan?

Soy consciente de que hay respuestas malévolas para la primera pregunta y respuestas simples para la segunda. Por tanto, voy a proponer una teoría que deja en mejor lugar al alcalde saliente y a sus votantes. La explicaré con un ejemplo.

Algunos días te quedas a comer en un restaurante cercano a tu trabajo donde sirven un magnífico menú a un precio muy razonable. Sin embargo, el vino no está incluido. Cuando el camarero te pregunta si te apetece beber vino tendrás que comparar tu incremento de bienestar asociado a beber vino con el precio de la botella. Un día, organizas en el mismo restaurante una comida con  un grupo de 100 compañeros de trabajo. La escena se repite pero ahora el avispado camarero aparece en una esquina de la mesa con una botella de vino de 100 euros. La primera persona a la que ofrece el vino calcula que si se abre la botella no va a pagar más de 1 euro por el vino. Por tanto, accede a tomar vino. El problema es que todos los comensales van tomando la misma decisión. Al poco se abre una segunda botella, luego otra y la broma puede salir con facilidad por cien euros por barba.

Supongo que la gente se ha dado cuenta de este fenómeno hace mucho tiempo y, por eso, cuando se organiza una celebración masiva todas las decisiones sobre el menú y vino se toman antes del convite. En otras palabras, nadie en su sano juicio deja opciones onerosas abiertas cuando el grupo sea grande.

El tranvía de León no sale a coste cero. Suponiendo que lo pague el gobierno central supondrá un incremento de impuestos pequeño cuando se divida entre todos los contribuyentes del país. Por tanto, se presiona para que se haga y se ridiculiza a los críticos con el argumento del coste cero. Lo que pasa es que el mismo fenómeno va a ocurrir en todas las poblaciones del país sobre ese u otro proyecto. Al final, todos terminamos pagando todos los proyectos con independencia de su interés. 


jueves, 21 de abril de 2011

Zapatero a tus zapatos



Especialización
Un año más tarde Epi me propuso  que fuese uno de los presentadores de la segunda parte de León sin Prisa en el salón Ámbito Cultural de El Corte Inglés en León. Fuimos los mismos presentadores del año anterior y usamos de nuevo el alfabético como orden de intervención. Por tanto, me tocó hablar en segundo lugar tras Juan Miguel Alonso.

Los tres presentadores (*) hemos acordado que el año que viene cuando Epi presente la “precuela” del libro invertiremos el orden de intervención. De este modo, Juan Pajares tendrá la “ventaja” de intervenir en primer lugar.

La invitación al acto me atribuye de nuevo la condición de escritor como segundo oficio. Una afirmación que se sostiene con dificultad hasta que un verdadero escritor comienza una intervención en la que es evidente su dominio del lenguaje y de la técnica literaria.

Hace un cuarto de siglo, en esta circunstancia, yo habría cometido errores de diferente naturaleza. En primer lugar, me habría negado a hablar en la presentación alegando que no podía hacer nada valioso. En segundo lugar, presionado por las circunstancias, podría haber intentado  emular a Juanmi con las consecuencias que todo el mundo se imagina. Sin embargo, en algún momento del último cuarto de siglo he comprendido el papel que la especialización juega en nuestras vidas. Es una de las claves de la productividad y ésta la fuerza esencial en nuestra lucha contra la escasez. Esta idea de la especialización está en el saber popular y se recoge en dichos como: “zapatero a tus zapatos”.

Aplicar el principio de especialización a la presentación de libro consistió en identificar una estrategia que yo pudiese ejecutar con un mínimo de solvencia y que fuese diferente al tiempo que complementaria con los comentarios de Juan Miguel y Juan Carlos.

Dos activos que siempre puedo usar son la lectura, que acompaña mis días desde hace más de cuatro décadas, y el análisis económico que apareció en mi vida hace más de un cuarto de siglo sustituyendo o complementando otras fuentes que alimentan mi curiosidad.

En mi papel de lector coincidí en muchos puntos con el análisis que hizo Juanmi en su comentario y tuve que pedir disculpas por las repeticiones. El libro es ameno, está bien escrito, es didáctico, es agudo y está bien documentado. Además, me copié a mi mismo hace un año afirmando que el libro puede ser usado como referencia, guía de viaje y espero que, en el futuro, sea una crónica de este principio de siglo. Este comentario forzó a Epi a hacer una distinción en su intervención entre una guía y un libro de viajes.

Para mí sorpresa, Juanmi mencionó en su discurso alguna de las preocupaciones económicas que subyacen en el libro. Por un momento, pensé que me iba a quedar sin nada que decir pero el principio de especialización es tenaz y pude hacer algo diferente.

Aglomeración
El tema económico que elegí para comentar en la presentación de León sin prisa II fue el del despoblamiento rural. Creo que se trata de uno de los temas más repetidos a lo largo de los dos tomos. Epi y Fran llegan a un pueblo donde hay poca gente, muchas personas mayores y ningún niño. Generalmente, entablan conversación con un lugareño que les habla de un pasado mucho más brillante mientras se duele por la pérdida. Pero ¿Qué pérdida? Afortunadamente, al pueblo no se lo llevó una riada ni hubo un terremoto en el que las casas se derrumbaron encima de sus moradores. Al contrario, los habitantes pacífica y voluntariamente, buscando una vida mejor han ido abandonando el lugar.  

Desde el punto de vista económico, uno puede quedarse con un análisis engañosamente convincente de la población y la despoblación. La actividad económica hace crecer la población cerca de los lugares donde se puede llevar a cabo. Por tanto, los pueblos estarían cerca de los recursos que permiten la actividad agraria, ganadera, minera, industrial o de servicios. La población de éstos crecería cuando crecen esas actividades y decrecería cuando decrecen. Este tipo de perogrullada que pasa por análisis económico es, en parte, responsable del mal nombre de la economía como actividad intelectual apasionante y relevante. Afortunadamente, las cosas son mucho más interesantes.  

No sería justo atribuir a Ed Glaeser la autoría de las ideas que expongo a continuación. Pero sí es justo atribuirle el juego de palabras, el recurso literario, que aclara por qué el análisis anterior es de una simplicidad exagerada. Ed Glaeser miró a la ciudad de Detroit y vio lo que todo el  mundo puede ver: una ciudad que creció rápido con la industria automovilística y que decrece cuando ésta sufre una gran crisis. Pero también fue capaz de ver lo que no es tan evidente y lo plasmó en el título de un artículo de investigación. Para evitar una respuesta trivial no tituló el artículo ¿Por qué se reduce la población en Detroit? sino ¿Por qué demonios queda alguien viviendo en Detroit? Es decir, si el nacimiento de una actividad explica el nacimiento de una urbe su desaparición debería conducir a su declive irremediable. Pero casi nunca funciona de esa forma tan simple.

La actividad económica original atrae población pero la población atrae infraestructuras, instituciones y costumbres que son útiles para poder vivir allí con cierta independencia de la actividad económica dominante. Esta infraestructura, a veces física y a veces inmaterial, que se crea con la población es valiosa y se pierde si la despoblación es muy fuerte. Yo creo que todo el mundo lo entiende y esa es una de las fuentes de nuestro dolor cuando vemos un pueblo que languidece o desaparece.

Esta infraestructura física e inmaterial también parece ser la causa de que ante circunstancias parecidas unas poblaciones tengan un declive mucho mayor que otras. Al final de libro, Epi y Fran reflexionan sobre dos pueblos cercanos y similares cuyas fortunas parecen divergentes. Uno decae claramente mientras el otro se mantiene o crece. Parece que esa infraestructura creada por y para la vida en comunidad permite a algunos pueblos seguir adelante haciendo algo distinto de lo que fue la actividad económica ligada a su fundación y crecimiento original. Entender y promocionar esta infraestructura social parece ser la clave para una política de población.

(*) No pertenecemos al reducido círculo intelectual que presenta libros o da conferencias en la ciudad y áreas limítrofes. Sin embargo, las buenas críticas recibidas tras las dos últimas presentaciones nos animan a ofrecernos como grupo de animación en cualquier acto social para el que se nos requiera. Estamos pensando en bautizos, comuniones, bodas, entierros, separaciones, jubilaciones, congresos, etc. Es previsible que los actos culturales de tipo institucional se vean gravemente afectados por la crisis de las Cajas de Ahorro por lo que nosotros hemos decidido apostar por la cultura popular.  

jueves, 13 de enero de 2011

La libertad de fumar en espacios públicos cerrados y la de cebar cerdos en una urbanización de lujo

Uno de los argumentos más falaces en contra de la prohibición de fumar en lugares públicos cerrados es el del ataque a la libertad. La palabra libertad se usa sin pensar mucho en su significado. Siguiendo la línea editorial de la segunda etapa del blog me centraré en los aspectos económicos del problema. En concreto, en una de las piedras angulares de la libertad: la propiedad privada.

Se trata de una norma social que restringe el uso de un bien a todas las personas con la excepción de su propietario. Es decir, la tan laudada propiedad privada consiste en una restricción a la libertad de todos para mejorar el bienestar de una persona. Se puede demostrar que bajo ciertas condiciones aumenta el bienestar general.

Me gustaría jugar un poco con el concepto de libertad en este ámbito. Imaginemos que me compro un chalet de lujo en la urbanización La Finca en Madrid. En concreto, el que está situado entre el de Mourinho y el de Cristiano Ronaldo. A continuación, compro unos cientos de cerdos y me pongo a engordarlos en el jardín y en las amplias estancias del chalet usando aromáticos piensos. Todo el mundo se da cuenta de que las cosas no pueden ser así. Sin embargo, la situación se parece mucho a la restricción de uso del tabaco. Siempre se podría argumentar que el vivir en esa urbanización es una opción personal y que ellos pueden ir a vivir a otro sitio si quieren.

Si mi ejemplo parece exagerado se puede buscar información sobre el síndrome de Diógenes que consiste en que un vecino decide de forma voluntaria convertir su casa en un vertedero de basuras. La cosa suele solucionarse con una lenta, tibia y tardía acción judicial.

Para los que gusten de pensar en implicaciones más profundas del caso que estoy describiendo propongo la siguiente línea de ataque.
Paso 1. Compro una casa en una urbanización de lujo por 1 unidad monetaria.
Paso 2. Instalo el cebadero de cerdos.
Paso 3. Un agente inmobiliario visita a los vecinos y les ofrece comprarlas por un décimo de una unidad monetaria.
Paso 3. Compro todas las viviendas por una décima parte de su valor, cierro el cebadero de cerdos y vendo las viviendas por una unidad monetaria.
Un punto interesante es que la ganancia del esquema aumenta con la virulencia de la molestia a los vecinos.

martes, 4 de enero de 2011

Tres historias distintas y un único problema verdadero

Primera historia: si bebes no conduzcas
Hay personas que aseguran que el alcohol no perjudica su capacidad para conducir un vehículo. Otra gente dice que la carretera está llena de peligros y que el alcohol sólo es uno más y ni siquiera el más importante. La persona que se toma una copa lo hace porque le gusta y no con la intención de provocar daños a otros. Pero el peligro existe. Por tanto, las sociedades modernas han restringido la posibilidad de conducir tras haber ingerido alcohol. Han decidido coartar una libertad individual para elevar el nivel de seguridad colectiva.

Segunda historia: ¿dónde puedo fumar?
El fumador no enciende un cigarrillo para molestar a otros usuarios del mismo espacio. Sin embargo, lo hace. En consecuencia, se ha pasado de fumar en cualquier lugar a no poder fumar en casi ninguno. Se trata de nuevo de una restricción a la libertad individual buscando satisfacer un deseo colectivo.

Tercera historia: probablemente el humo de los coches sea más dañino que el del tabaco
El usuario de un automóvil lo usa para transportarse de forma cómoda no para intoxicar a los vecinos. No obstante, en alguna medida lo hace. Cualquiera que haya pasado un rato en un local cerrado con un coche arrancado entenderá que el humo del coche es, en algunos aspectos, más dañino que el del tabaco. En consecuencia, a día de hoy ya existen tímidas  medidas que restringen la libertad de usar un vehículo: se prohíbe el uso del automóvil en diversos lugares y se regulan sus emisiones.

Estas tres historias distintas tienen en común un problema verdadero. A menudo consumimos bienes  cuyo uso produce bienestar a la persona que los consume pero que no producen ni bienestar ni malestar a las personas que no lo consumen (un naranja). En cambio, existen otros bienes, cuyo consumo produce bienestar a la persona que toma la decisión de consumo pero malestar personas que no han tomado esa decisión (un cigarrillo en un restaurante).
En el primer tipo de bienes la persona toma una decisión y se beneficia de ella sin perjuicio de terceros. Tendemos a creer que no habría tomado la decisión si los beneficios no excediesen los costes. En el segundo, una persona toma una decisión, se beneficia de ella pero otras sufren un daño. Suele ser el caso que la persona que toma la decisión no tiene en cuenta el daño que le produce a otras personas.

La manera obvia aunque no única de mejorar el problema es poner restricciones en el uso del bien que molesta a los que no han decidido consumirlo. Los partidarios de la libertad suelen poner el grito en el cielo ante tal restricción. Sin embargo, sus argumentos se basan en un concepto un tanto vago de libertad. Por ejemplo ¿Puedo consumir libremente manzanas? No del todo. Tengo que pagarlas. Es decir, hay una restricción al consumo que nadie discute. De hecho, siempre se podría poner un precio al consumo de tabaco en un lugar que fuese tan disuasorio como cualquier ley. Sería muy complicado, por supuesto. ¿Sería eso una limitación a la libertad?

Una cuestión interesante es por qué la gente ve grandes diferencias entre las tres historias a pesar de tener un hilo conductor tan claro.  Una razón son las consecuencias del mal generado. Los accidentes de tráfico son una realidad instantánea y palpable. Los efectos de los humos son más sutiles y a más largo plazo. Es posible que los humos de los coches sean más sutiles y tengan efectos a más largo plazo que los del tabaco por eso los intentos de regulación son timoratos. 
Otra razón son los costes de implementación. Más o menos moderados en los casos de las prohibiciones de alcohol y tabaco, muy grandes en el tema del uso del automóvil.