miércoles, 11 de agosto de 2010

El conjuro

En UW-Madison tuve la oportunidad de conocer a varias personas que habían hecho todo el recorrido desde una choza en África al laboratorio de un Premio Nobel. Una combinación de talento, perseverancia y golpes de suerte más la obsesión americana por contar con personas especiales producen ese fenómeno. Supongo que es evidente que ese tipo de personas tiene una visión muy especial del mundo y que es un placer hablar con ellos de cualquier cosa.

Una de esas personas invitó a su madre  a pasar un tiempo con él. En los primeros días de la estancia él sacó dinero de un cajero en una calle más bien oscura de Chicago. A partir de ese momento, su madre empezó a comportarse con una gran frialdad, apenas le hablaba  y le hizo saber que la estancia iba a ser mucho más corta de lo planeado. Con mucha paciencia logró averiguar cuál era el problema. Su madre le dijo que no podía creer que él conociese un conjuro que permitía sacar dinero de las paredes y que no lo compartiese con ella y con el resto de la tribu. En resumen, él tenía la solución a todos sus problemas y por alguna razón inexplicable no la compartía.   

Espero no tener que explicarle a ninguno de mis alumnos que él no tenía la solución de ningún problema. Este malentendido es de un nivel que hace que todos sonriamos con la anécdota. Pero quizás no lo deberíamos hacer porque somos víctimas de cientos de malentendidos como ese.

Vivo en una ciudad que está empezando a hacer las obras de un tranvía que cuesta unos 80 millones de euros. La cifra real es desconocida ya que el proyecto ha sufrido varios recortes pero el coste se ha incrementado con cada uno de ellos. El argumento básico a favor es que sale gratis. Podemos recorrer el país por autovías de costes asombrosos pero se dice que las autovías son gratis. Acudimos a médicos bastante bien pagados que usan equipamiento de coste astronómico pero decimos que el médico es gratis.

Yo me reí de la ocurrencia de la mujer africana porque estaba seguro de poder convencerla en unos minutos de que el cajero tenía una conexión mágica con la baldosa de casa bajo la que se guarda el dinero. No estoy seguro de poder hacer ese trabajo en varios años con los ciudadanos y menos con sus dirigentes.

Hace ya un tiempo, convencí con facilidad a mi hijo de que una máquina que pudiese imprimir lonchas de jamón sería más efectiva para solucionar el hambre que una máquina que imprima billetes de cien euros. Al poco tiempo, subió escandalizado del parque porque los jubilados estaban considerando la posibilidad de la emisión ilimitada de dinero como solución a la crisis. Estos jubilados son un caso de estudio sociológico. Son capaces de hacer asombrosas afirmaciones económicas favorables al gobierno de turno. Entiendo que la fuente de tales sinvergonzonerías es la televisión. Entre dos programas de telebasura o incluso dentro de alguno de ellos se van soltando esas consignas. Recuerdo una ya olvidada que decía que los inmigrantes habían venido a pagarnos las pensiones. La naturaleza internacional de la crisis es otra que siguen repitiendo. Alguna vez he intentado exponer mi punto de vista pero enseguida me tachan de antipatriota, de insolidario, etc.

Me he encontrado a personas con altas responsabilidades políticas y empresariales con ideas asombrosas sobre el dinero. La reacción suele ser violenta cuando les recomiendo la lectura de dos páginas de un libro divulgativo de Krugman de mediados de los años 90. No pueden creer que la cosa funcionen de esa manera tan sencilla y me replican que sería mejor que yo leyese El Capital, La Riqueza de las Naciones o Teoría General del empleo, el Interés y el Dinero. Es decir, yo les ofrezco dos páginas sencillas que podrían solucionar su problema para siempre y ellos tratan de enterrarme en miles de páginas de prosa compleja y contenido discutible.

En resumen, yo sería más benevolente con la mujer africana dado que la mayoría de nuestros ciudadanos y dirigentes tienen una comprensión muy parecida de fenómenos sencillos que afectan a su bienestar presente y futuro.