martes, 23 de noviembre de 2010

Salidas profesionales para economistas: sanidad

El sector sanitario tiene un peso importante en los países desarrollados. Es razonable esperar que este peso crezca debido a que el cambio técnico permite tratar cada día más enfermedades, que la gente vive cada vez más años y tiene interés en vivir con mayor salud. 

Sin embargo, este crecimiento no está exento de problemas económicos que suponen un auténtico reto académico y empresarial. A continuación voy a proponer una serie de ideas económicas sobre este sector que pretenden fomentar el debate y mostrar a mis alumnos algunos de los desafíos a los que se enfrenta. 

Uno de los aspectos más apreciados de la sanidad española es su gratuidad. Es curioso, que se valore tanto una cualidad que no tiene. Los médicos son los profesionales mejor pagados del sector público, los medicamentos y el equipamiento no son nada baratos y sólo pensar en el coste de construir y gestionar un hotel con cientos de habitaciones da una idea de la carestía de la atención hospitalaria. Supongo que la idea que recoge el lenguaje popular es que no te cobran en el momento de proporcionar el servicio. Lo cual está muy bien porque los enfermos acuden al médico cuando lo necesitan y no más tarde cuando sería más caro o imposible curarles. Por otra parte, cobrar por cada servicio daría lugar a unas desigualdades de atención relacionadas con la renta que el público no acepta cuando se le muestran con esa crudeza. 

La cara oscura de este sistema de pago es su parecido con un bar que no cobre por las bebidas en el momento de consumirlas sino al día siguiente cuando reparte la cuenta a partes iguales entre todos los clientes. Ese sistema haría que se bebiese un poco más de la cuenta, que algunos bebiesen mucho más de la cuenta y que todos nos quedásemos asombrados cuando llegase la factura. 

Un efecto de este sistema de pago es la continua llamada a la contención de gasto. Para darse cuenta de lo extraño de la situación basta con pensar en una llamada del Ministro del ramo a la contención del gasto en transporte y hostelería durante el periodo vacacional. Con toda razón, habría una protesta por parte de los turistas y de los negocios que viven del turismo. Otra forma de darse cuenta de lo extraño de la preocupación por el gasto es la pregunta que el mortalmente enfermo económetra Zvi Griliches le hizo al economista de la salud David Cutler: ¿Qué te hace pensar que yo gasto demasiado en sanidad?

Otra cuestión interesante es la demonización del sistema americano. Ese sistema es nefasto para los ciudadanos que se quedan fuera de él y para los contribuyentes que terminan pagando la atención sanitaria tardía de esas personas. Adicionalmente, crea incentivos perversos para que las personas eviten a toda costa quedar al margen. Por ejemplo, un cambio de trabajo sería impensable si existiese alguna posibilidad de perder la cobertura sanitaria.  Pero hay dos características de ese sistema que nunca se mencionan:
1. Que muchos de nuestros conciudadanos acuden a él cuando falla el nuestro. El caso contrario es poco frecuente por no decir que nunca se ha dado.
2. Que la innovación que mejora nuestra calidad y expectativas de vida llega de la mano de ese sistema que nos empeñamos en demonizar. 

Finalizo analizando una propuesta reciente para reducir la demanda de servicios sanitarios: la factura. La idea básica es que una persona recibe una factura cada vez que va al  médico o recibe un servicio sanitario. Supongo que habrá una teoría sicológica sobre los efectos de esa factura en el comportamiento de un enfermo. Desde el punto de vista económico no parece que vaya a afectar el comportamiento a menos que se exija su pago total o parcial. Sin embargo, la propuesta sugiere preguntas muy interesantes. Por ejemplo: quién calcula y cómo el montante de esa factura. La atención de unos minutos por parte de un médico, el uso de un edificio que cuesta mucho construir pero que dura décadas y no se gasta por mi presencia o el uso de un equipamiento caro pero que pude servir a millones de personas durante muchos años, etc. Supongo que la primera tentación es mandar facturas tan arbitrarias como desorbitadas. Lo cual sería un error doble. Si en algún momento se obligase a pagar esa factura la gente tomaría una decisión sobre su uso basada en un coste erróneo. Es como si yo no comiese naranjas porque pensase que cuestan a 200 euros el kilo. Por otra parte, si nunca se exige su pago tiene una consecuencia muy curiosa: podemos comparar esa factura con la que nos emitiría un proveedor privado. 

Notas didácticas
1. El sector usa recursos escasos con usos alternativo. Algunos ejemplos serían el trabajo cualificado, los edificios, el equipamiento técnico o la información muy sofisticada. Los costes vienen determinados por el uso de un recurso con un uso alternativo y no por la existencia de un desembolso monetario inmediato.

2, Los precios sirven para regular el acceso a un recurso escaso. Cuanto más alto sea el precio más limitado será el acceso. La escasez no se elimina bajando el precio. La bajada de precio sólo elimina el papel del precio como regulador de la escasez. La escasez se elimina aumentando la cantidad del producto escaso. 

3. La preocupación del Ministro de Industria estaría justificada si el aumento del gasto en transporte y hostelería en las vacaciones se debiese a una subida de precios. En el sector turístico esperamos que la competencia entre proveedores limite esas subidas. Sin embargo, competencia es una palabra maldita en el sector sanitario y en otros servicios de provisión pública.

4. Se menciona la dificultad de calcular costes cuando se usan activos fijos difícilmente divisibles.