jueves, 13 de enero de 2011

La libertad de fumar en espacios públicos cerrados y la de cebar cerdos en una urbanización de lujo

Uno de los argumentos más falaces en contra de la prohibición de fumar en lugares públicos cerrados es el del ataque a la libertad. La palabra libertad se usa sin pensar mucho en su significado. Siguiendo la línea editorial de la segunda etapa del blog me centraré en los aspectos económicos del problema. En concreto, en una de las piedras angulares de la libertad: la propiedad privada.

Se trata de una norma social que restringe el uso de un bien a todas las personas con la excepción de su propietario. Es decir, la tan laudada propiedad privada consiste en una restricción a la libertad de todos para mejorar el bienestar de una persona. Se puede demostrar que bajo ciertas condiciones aumenta el bienestar general.

Me gustaría jugar un poco con el concepto de libertad en este ámbito. Imaginemos que me compro un chalet de lujo en la urbanización La Finca en Madrid. En concreto, el que está situado entre el de Mourinho y el de Cristiano Ronaldo. A continuación, compro unos cientos de cerdos y me pongo a engordarlos en el jardín y en las amplias estancias del chalet usando aromáticos piensos. Todo el mundo se da cuenta de que las cosas no pueden ser así. Sin embargo, la situación se parece mucho a la restricción de uso del tabaco. Siempre se podría argumentar que el vivir en esa urbanización es una opción personal y que ellos pueden ir a vivir a otro sitio si quieren.

Si mi ejemplo parece exagerado se puede buscar información sobre el síndrome de Diógenes que consiste en que un vecino decide de forma voluntaria convertir su casa en un vertedero de basuras. La cosa suele solucionarse con una lenta, tibia y tardía acción judicial.

Para los que gusten de pensar en implicaciones más profundas del caso que estoy describiendo propongo la siguiente línea de ataque.
Paso 1. Compro una casa en una urbanización de lujo por 1 unidad monetaria.
Paso 2. Instalo el cebadero de cerdos.
Paso 3. Un agente inmobiliario visita a los vecinos y les ofrece comprarlas por un décimo de una unidad monetaria.
Paso 3. Compro todas las viviendas por una décima parte de su valor, cierro el cebadero de cerdos y vendo las viviendas por una unidad monetaria.
Un punto interesante es que la ganancia del esquema aumenta con la virulencia de la molestia a los vecinos.

martes, 4 de enero de 2011

Tres historias distintas y un único problema verdadero

Primera historia: si bebes no conduzcas
Hay personas que aseguran que el alcohol no perjudica su capacidad para conducir un vehículo. Otra gente dice que la carretera está llena de peligros y que el alcohol sólo es uno más y ni siquiera el más importante. La persona que se toma una copa lo hace porque le gusta y no con la intención de provocar daños a otros. Pero el peligro existe. Por tanto, las sociedades modernas han restringido la posibilidad de conducir tras haber ingerido alcohol. Han decidido coartar una libertad individual para elevar el nivel de seguridad colectiva.

Segunda historia: ¿dónde puedo fumar?
El fumador no enciende un cigarrillo para molestar a otros usuarios del mismo espacio. Sin embargo, lo hace. En consecuencia, se ha pasado de fumar en cualquier lugar a no poder fumar en casi ninguno. Se trata de nuevo de una restricción a la libertad individual buscando satisfacer un deseo colectivo.

Tercera historia: probablemente el humo de los coches sea más dañino que el del tabaco
El usuario de un automóvil lo usa para transportarse de forma cómoda no para intoxicar a los vecinos. No obstante, en alguna medida lo hace. Cualquiera que haya pasado un rato en un local cerrado con un coche arrancado entenderá que el humo del coche es, en algunos aspectos, más dañino que el del tabaco. En consecuencia, a día de hoy ya existen tímidas  medidas que restringen la libertad de usar un vehículo: se prohíbe el uso del automóvil en diversos lugares y se regulan sus emisiones.

Estas tres historias distintas tienen en común un problema verdadero. A menudo consumimos bienes  cuyo uso produce bienestar a la persona que los consume pero que no producen ni bienestar ni malestar a las personas que no lo consumen (un naranja). En cambio, existen otros bienes, cuyo consumo produce bienestar a la persona que toma la decisión de consumo pero malestar personas que no han tomado esa decisión (un cigarrillo en un restaurante).
En el primer tipo de bienes la persona toma una decisión y se beneficia de ella sin perjuicio de terceros. Tendemos a creer que no habría tomado la decisión si los beneficios no excediesen los costes. En el segundo, una persona toma una decisión, se beneficia de ella pero otras sufren un daño. Suele ser el caso que la persona que toma la decisión no tiene en cuenta el daño que le produce a otras personas.

La manera obvia aunque no única de mejorar el problema es poner restricciones en el uso del bien que molesta a los que no han decidido consumirlo. Los partidarios de la libertad suelen poner el grito en el cielo ante tal restricción. Sin embargo, sus argumentos se basan en un concepto un tanto vago de libertad. Por ejemplo ¿Puedo consumir libremente manzanas? No del todo. Tengo que pagarlas. Es decir, hay una restricción al consumo que nadie discute. De hecho, siempre se podría poner un precio al consumo de tabaco en un lugar que fuese tan disuasorio como cualquier ley. Sería muy complicado, por supuesto. ¿Sería eso una limitación a la libertad?

Una cuestión interesante es por qué la gente ve grandes diferencias entre las tres historias a pesar de tener un hilo conductor tan claro.  Una razón son las consecuencias del mal generado. Los accidentes de tráfico son una realidad instantánea y palpable. Los efectos de los humos son más sutiles y a más largo plazo. Es posible que los humos de los coches sean más sutiles y tengan efectos a más largo plazo que los del tabaco por eso los intentos de regulación son timoratos. 
Otra razón son los costes de implementación. Más o menos moderados en los casos de las prohibiciones de alcohol y tabaco, muy grandes en el tema del uso del automóvil.