viernes, 28 de agosto de 2009

La diferencia entre vacaciones y veraneo.

Una cuestión interesante en los tiempos en que vivimos es que es muy difícil definir el trabajo y sus límites. Está claro que si estoy dando una clase, estimando un modelo o escribiendo un artículo estoy trabajando. Sin embargo, en ocasiones puedo estar en el despacho de la Facultad sin tener ni idea sobre cómo proceder en un tema y eso no es realmente trabajo. Por el contrario, a veces estoy mirando un acantilado desde un barco y un problema cuya solución se me había escapado durante mucho tiempo empieza a parecer lo más simple del mundo y eso es trabajo.
Dice la canción que si eres un martillo hasta del cielo te caen los clavos. Del mismo modo, si eres un Economista todo es Economía y es difícil dejar ese equipaje. Por tanto, he decidido que yo no voy de vacaciones sino que llegado el caso veraneo. Pero cuando veraneo me hago preguntas y me asombro de las cosas que veo.
Algunas reflexiones sobre mis días de vacaciones en la playa.
El turismo de piscina, playa y bufé.
He estado una semana en un trozo de costa en Almería cuya primera línea de playa está completamente asfaltada y construída con grandes edificios de muy dudoso gusto. Cada edificio cuenta con sus habitaciones, restaurantes y una piscina. Sólo queda sin construir un paseo de poco más de un metro de ancho y varios kilómetros de largo. En las calles más alejadas del mar hay casas unifamiliares un poco más bonitas. En resumen, kilómetros de playa, piscina, dormitorios, restaurantes, bares y tiendas de regalos. A pesar de la crisis el sitio está lleno. Es decir, hay un sector de la población que está dispuesto a pagar una cantidad nada despreciable de dinero por pasar unos días en un sitio tan horroroso. En otras palabras, existe una demanda para ese tipo de servicio.
Las personas que gustan de este servicio parecen dispuestas a soportar muchas incomodidades. Por ejemplo, el hotel en que me alojaba tiene varios cientos de habitaciones y apartamentos. Sin embargo, sólo cuenta con unas pocas docenas de plazas de aparcamiento. En consecuencia, hay coches aparcados en los jardines, en las esquinas y en calles estrechas dificultando enormemente la circulación. Es muy difícil llegar y bajar las maletas y otro tanto irse.
Mi reacción se puede resumir del siguiente modo: me sorprende el éxito del lugar pero me alegro de tal éxito ya que aquello era un desierto y no parece que pueda tener ningún otro uso.

La agricultura bajo invernadero atendida por inmigrantes
Este es otro detalle económico interesante. Tan pronto como terminan los hoteles y las urbanizaciones, a unos cientos de metros de distancia del mar, empiezan los invernaderos. Se trata de un mar de plásticos blancos que se extienden desde el mar hasta las montañas y de este a oeste hasta donde alcanza la vista.
Se trata de un terreno prácticamente desierto con mucho calor donde nada se cultivaba hasta hace pocos años.
Este inmenso negocio requiere al  menos tres condiciones:
1. Una demanda para los productos de huerta que se cultivan en el invernadero.  Probablemente,  la mejora del transporte haya generado esa demanda.
2. Un cambio tecnológico que permite cultivar todo el año en un terreno yermo. La tecnología no debía estar disposible hasta hace unos años.
3. Por último pero no menos importante son necesarios los inmigrantes. Es necesario gente dispuesta a trabajar por el salario que se puede pagar en una actividad con mucha dedicación pero poca productividad.